martes, 30 de diciembre de 2014

II EDICIÓN - ESCUELA DE EVANGELIZADORES

Segundo Encuentro - Campano
Sábado, 29 de Noviembre de 2014

Moberis te, Moberis me.

Haz Dios mío, 
que yo me conozca y yo te conozca. 
Remendare, con humildad a San Agustín. 
Haz, Dios mío,
que yo me conozca como tu me conoces, 
o al menos lo más cerca posible.


Decía el ponente que en nuestro propio conocimiento siempre que un resquicio de egoísmo personal, y que así es como Dios nos conoce. Afirmaba también que debemos conformarnos con esa pequeña miseria personal en humildad ante Dios y aceptarnos como somos, como hemos sido y como seremos, es decir como lo más íntimo de nuestra propia forma de ser,de nuestra naturaleza, de nuestra idiosincracia, de esencia personal. 

El amor propio, nuestro interés propio y "egoísta" siempre tiene una raíz en lo más íntimo de nuestro ser y de nuestro corazón. Sí y no. Eso quiero pensar yo. Y lo explicaba el con Paula y Su pareja.
El enferma y en su desequilibrio llega a la conclusión que debe dejar a Paula y dejar de ser pareja en el presente y para el futuro.
Ella le ruega a Dios su curación pero siempre en lo más íntimo de su ser le queda el reborde de la esperanza de volver con el  y de que el vuelva.
Es una petición generosa, humilde, pero con un ribete de egoísmo, lo volveré a tener, volveremos a ser pareja, en casi el subconsciente de su corazón y de su oración.
No ha muerto del todo a sí misma. No se ha desprendido de lo más sutil y tenue de la esperanza de su bien propio.
Por fin es capaz de olvidarse de ella misma y morir a sí misma. Sólo buscar el bien de el, aún en su renuncia total y plena. 
Añadiría yo aún pidiendo al Señor que encontrara en otra aquello que ya no podía encontrar en ella y que el fuera feliz. Muy feliz, totalmente feliz y en otro amor, aún cuando en suyo no moriría nunca y quedaría en la carencia eterna de la correspondencia.

Primero pienso yo que sí podemos desprendernos de nosotros mismo hasta el vacío total si en Dios, el Señor, Jesús, quien vacía nuestro corazón en un amor pasado por el crisol del amor.
Amar totalmente al otro en el vacío absoluto del amor a nosotros mismos es posible en el contexto de la cruz de Cristo. 
"Con El, por El y en El, porque todo lo podemos en Aquel que nos conforta."

En segundo lugar podemos desear no perder al amado, recuperarlo, porque podemos creer y esperar que eso sea el bien del ser querido más que el propio, y no el propio, porque en nosotros mismo puede encontrar y encontrara lo que en nadie podrá nunca encontrar. Así es nuestro amor de amor entregado.

En tercer lugar, quizás algo menos acrisolado, pero acrisolado, si pensamos que incluso para nosotros mismos puede ser un bien grande y hasta supremo y renunciar a el o a su esperanza es ir un poco o un mucho contra nosotros mismo. Es amarnos a nosotros mismos en la misma medida que Dios nos ama y buscando sólo su voluntad y toda su voluntad. 
Lo quiero, lo deseo, lo busco y lo necesito, pero sólo en la medida que sea Tu amor, Señor mío, a el y a mi, diría Paula.

Me pareció un poco pesimista esa postura de resignación del ponente ante nuestra propia naturaleza, que no se podría despojar de ser egoísta, en lo más íntimo de su intimidad, y que se afincaría siempre en buscarse a sí mismo aún cuando busque el bien de los demás.
Veamos nuestra propia naturaleza en su propia bondad, en la bondad de la creación de la mano amorosa del Padre, y tengamos siempre la esperanza de que Dios entre tan dentro de nosotros, de nuestros pensamientos, sentimientos y acciones que rocé la misma santidad de Dios, para la que fuimos hecho, y en la que en su máxima profundidad fuimos rescatados por el Señor Jesus, no sólo nuestro redentor sino sobre todo nuestro santificador glorioso. 

Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Que hermoso mandato que en el mismo debe llevar el camino y la gracia para llegar a el, pues procede del amor infinito de Dios.
Podemos participar en nuestra medida de amor de la misma medida del amor de Dios, al Padre ya los hombres.

Bendito, bendito y mil veces bendito, seas, Señor que nos hiciste a tu imagen y semejanza 
y te hiciste a nuestra semejanza e imagen en tu encarnación.


 Carlos Portillo Scharfhausen